Gran pregunta. ¡Tienes dos horas! Hablando más en serio, durante mucho tiempo el coworking se consideró simplemente un dispositivo práctico para los autónomos: una oficina flexible a la carta, alejada del modelo corporativo tradicional. Pero a medida que evolucionan los modelos de trabajo y arraiga el teletrabajo, lo que antes era una alternativa marginal se ha convertido en un fenómeno social. Hoy, muchas organizaciones lo ven como algo más que un servicio inmobiliario; lo ven como un espacio capaz de devolver el valor al propio trabajo y de volver a implicar a los equipos. Pero, ¿en qué consiste exactamente ese "valor" que el coworking pretende devolver? ¿Y podemos hablar realmente de una renovación del vínculo en el trabajo? Se lo contamos todo.

Coworking: una respuesta al aislamiento y a la dilución de lo colectivo

El primer beneficio del coworking es quizá el más evidente: devuelve la presencia humana allí donde el teletrabajo había tensado los lazos hasta la fragilidad. El teletrabajo ofrece autonomía y flexibilidad, pero también aísla, a veces brutalmente. El coworking es una respuesta a este debilitamiento silencioso de lo colectivo. Estos espacios reintroducen la espontaneidad, los intercambios informales y la densidad social que a menudo falta en una organización dividida entre el hogar, la oficina y las pantallas.

Para muchos empleados, trabajar en un espacio de coworking o de oficina flexible significa algo más que tener una silla y una conexión. Se trata de encontrar un entorno en el que sentirse rodeado, apoyado y, a veces, incluso inspirado. Es una situación paradójica, ya que a veces las personas que trabajan para empresas con grandes oficinas se sienten paradójicamente más conectadas con la comunidad de coworking que con sus propios compañeros. El lugar se convierte así en un catalizador social que la empresa ya no siempre ofrece. Esto es tanto más posible cuanto que estos espacios se benefician también de una programación que anima al colectivo y conecta a los miembros entre sí.

Un espacio que rehabilita la intención y el sentido

El coworking no es sólo un entorno físico. Al desplazarse de un lugar estandarizado a un espacio elegido, a menudo más cálido, estético y funcional, los coworkers devuelven el sentido a su actividad. Vuelven a conectar con lo que hacen, por qué lo hacen y cómo quieren hacerlo.

Elegir un espacio de coworking nunca es neutro. Significa que ya no se ocupa una oficina por obligación, sino que se busca un entorno propicio para la concentración, la creación y la interacción. El coworking valora así el trabajo no como una presencia, sino como una intención. Donde la oficina tradicional puede a veces aplastar al individuo bajo su uniformidad, el coworking introduce la personalización, la libertad y, por tanto, una forma de valor redescubierto.

El coworking, un laboratorio para una forma de trabajo más horizontal

Lo que a veces atrae del coworking no es sólo el mobiliario o el acceso ilimitado al café. Es el ambiente, la postura, la libertad y la sensación de jerarquía aplanada. En estos lugares, los títulos, el estatus y los niveles salariales desaparecen en favor de una sociabilidad más horizontal. El coworking aleja los a veces engorrosos rituales del mundo corporativo y fomenta una interacción más espontánea.

Esta horizontalidad cambia la forma en que se produce el trabajo. La gente está más dispuesta a compartir ideas, a pedir ayuda y a hablar.

Algunos directivos incluso lo consideran un terreno fértil para fomentar la innovación. Al exponer a los trabajadores a otros perfiles, otras profesiones y otras culturas profesionales, el coworking crea fricciones positivas. También vuelve a poner en circulación un valor fundamental del trabajo: la capacidad de aprender unos de otros.

Un modelo que cuestiona el valor del trabajo contemporáneo

Pero, ¿podemos decir realmente que el coworking "devuelve valor" al trabajo? Todo depende de lo que entendamos por valor. Si hablamos en términos de productividad bruta, la respuesta tiene matices: el coworking no siempre es el lugar más tranquilo o estructurado para trabajar. Por otro lado, si consideramos el valor en términos de significado, vínculos sociales, identidad profesional o dinámica creativa, entonces sí: el coworking devuelve al trabajo dimensiones que el teletrabajo había borrado en ocasiones, y que las oficinas tradicionales ya no siempre consiguen encarnar.

El coworking rehabilita la elección, la relación voluntaria con el lugar de trabajo. Vuelve a situar al individuo en el centro, con la libertad de crear un entorno que le convenga y le estimule. Reintroduce la diversidad, la porosidad y la vivacidad allí donde la empresa puede volverse a veces demasiado rígida. Y quizá sea aquí donde reside su verdadera aportación: rehumaniza el trabajo, invitando a cada uno a pensar no sólo en lo que hace, sino en dónde lo hace, y en cómo ese lugar transforma su vida cotidiana.

En este sentido, el coworking es indicativo de una aspiración más amplia: un trabajo que ya no se hace simplemente, sino que se vive. Y un trabajo que se vive, por supuesto, es más valioso, ¿no?

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