Deciden, arbitran y dirigen. Encarnan la visión, gestionan las crisis y asumen riesgos. Sin embargo, seguimos hablando demasiado poco de su vulnerabilidad. La salud mental de los ejecutivos es un tema a menudo dejado de lado, casi tabú, como si ocupar la cima de la jerarquía debiera inmunizar contra el agotamiento, el estrés o la duda. En un mundo profesional sometido a constantes tensiones, esta omisión bien podría convertirse en un punto ciego estratégico. Al fin y al cabo, una empresa sólida depende sobre todo de un líder lúcido, equilibrado... y sano.

¡Directivos bajo presión!

Las cifras están ahí. Y son preocupantes. La realidad es cruda. Un estudio realizado en 2023 por Bpifrance Le Lab y Malakoff Humanis revela que el 58% de los directivos de PYME afirman sentir estrés casi a diario. Casi uno de cada cinco admite haber coqueteado ya con el agotamiento sin buscar ayuda. Entre los empresarios, la situación es igual de preocupante: según el Observatorio Amarok, un tercio de ellos corre un alto riesgo de agotamiento. En las redes de apoyo, como las incubadoras, los espacios de trabajo flexibles y los espacios de coworking, los coaches y mentores hablan cada vez con más frecuencia del cansancio psicológico de los directivos que, desde la crisis sanitaria, luchan por reponerse.

Seamos claros: no se trata de casos aislados. Un estudio de Deloitte reveló que el 82% de los directores generales estadounidenses, canadienses y europeos han sufrido burnout.

Sin embargo, este malestar suele permanecer en silencio. Pocos ejecutivos se atreven a verbalizar su fragilidad, tan fuerte es la presión del postureo. Deben ser visionarios, estrategas, impulsores y tranquilizadores. No se les permite ser imprecisos.

Esta soledad en la toma de decisiones se convierte en una carga. Se ve agravada por la ausencia de interlocutores de confianza con los que compartir dudas, contradicciones y retos. En las PYME, los directivos asumen varios papeles a la vez (director de RRHH, director financiero, gestor de crisis) en un día a día sin red de seguridad. A esto se añade la hiperconexión digital y la porosidad entre la esfera privada y la profesional, lo que hace que el descanso sea casi inaccesible.

Un día a día bajo presión que a menudo se refleja en la empresa y en el equipo en su conjunto.

Las consecuencias de esta presión prolongada no son sólo personales: repercuten directamente en el rendimiento de la empresa. Un ejecutivo debilitado da menos pasos atrás, toma decisiones precipitadas o renuncia a ciertas ambiciones por agotamiento. Los CEO en un estado de estrés crónico son más propensos a realizar cambios estratégicos brutales, a menudo sin alineación con sus equipos. Peor aún, en las startups, el fracaso psicológico del fundador es uno de los factores más citados en el fracaso inicial de la empresa.

Sin embargo, existen palancas. Y las cosas empiezan a moverse. Redes como Réseau Entreprendre, APM y Premières ofrecen ahora foros de debate entre iguales, donde la gente puede hablar de sus momentos de duda sin miedo a ser juzgada.

Los programas de coaching individual o de grupo también ayudan a las personas a dar un paso atrás y reconstruir su capacidad para actuar con más serenidad. Algunas organizaciones incluyen módulos sobre la prevención de riesgos psicosociales específicos de las funciones ejecutivas en sus programas de formación sobre gobernanza.

Por último, pero no por ello menos importante, un cambio de puntos de referencia y de espacios de trabajo, y la adopción de un enfoque más ágil del trabajo cotidiano, pueden ayudarnos a dar este paso, que a veces es tan difícil de dar cuando se trabaja en un día a día en el que se tiene el control.

Deconstruir el mito del jefe todopoderoso

El cambio también implica cultura. Hay que deconstruir el mito del líder heroico, el que nunca se doblega, el que resiste a todo, el que da la cara por los demás. Es hora de reconocer que el autocuidado no es una debilidad, sino una responsabilidad.

La autopreservación significa ser capaz de hacer frente a la complejidad a largo plazo. No se trata de ceder a una necesidad personal; se trata de cumplir un requisito profesional. No se puede dirigir una transformación duradera con la mente saturada y el sueño caótico.

En el fondo, no se trata de medicalizar la función directiva, sino de volver a poner a las personas en el centro de la gestión. Una empresa de éxito es aquella cuya cabeza funciona bien, con claridad y serenidad. Esto significa reconocer que la salud de un directivo es un activo por derecho propio, tan estratégico como una inversión inmobiliaria o una ventaja competitiva.

En un momento en que se habla cada vez más de la razón de ser, del sentido del trabajo y de la sostenibilidad, la salud mental de los directivos merece un lugar central en las políticas de prevención y apoyo. Porque detrás de la postura del líder, hay una persona. Y cuidar de esa persona significa también asegurar un futuro más sólido para la organización en su conjunto.

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